viernes, 30 de noviembre de 2012

¿SUCEDEN MILAGROS USANDO RELIQUIAS?


Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna







Otra cosa que frecuentemente nos cuestionan los hermanos separados es el por qué nuestro respeto especial a vestimentas, utensilios o restos mortales, pertenecientes a alguna persona santa. En esto hay que responderles que no es que consideremos que dichas reliquias tienen un poder especial en sí mismas, pero sí creemos que Dios, por su poder y valiéndose de nuestra fe, las puede utilizar como medios para concedernos un milagro, una bendición, una gracia; siempre y cuando, lógicamente, vaya de acuerdo con su voluntad. En la Escritura, encontramos algunos ejemplos sobre el particular:


2 Re 13.21 Pero el hombre, al tocar los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso de pie.

Mt 14.36 Le rogaban que los dejara tocar al menos el fleco de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron totalmente sanos.

Mc 5.28-29 ‘Si logro tocar aunque sea su ropa, sanaré’. Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana.

Mc 6.56 Ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejara tocar al menos el fleco de su manto.

Hch 5.15 Para que por lo menos su sombra (de Pedro) cubriera a alguno de ellos.

Hch 19.12 Hasta el punto que imponían a los enfermos pañuelos o ropas que él (Pablo) había usado, y mejoraban.

¿POR QUÉ DEBEMOS CONFESAR NUESTROS PECADOS ANTE EL SACERDOTE (PENITENCIA)?


Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna







Muchos se preguntan el por qué debemos confesar nuestros pecados a un sacerdote, si éste es tan o más pecador que nosotros. Valga la pena mencionar aquí, que hasta el mismo Papa tiene que confesarse y recibir la absolución de parte de su confesor. La realidad es que nosotros los católicos no hacemos lo que se nos ocurre creer, como lo que sí hacen nuestros hermanos protestantes, sino más bien, hacemos lo que Dios manda en su propia Palabra. Si Jesús quiso que nosotros confesásemos nuestros pecados para recibir la absolución por parte de sus sacerdotes, a quiénes otorgó el poder de perdonar pecados; pues simplemente lo respetamos y lo ponemos en práctica porque es su voluntad y nosotros no somos nadie para cuestionar a Dios, como hacen quienes no aceptan el sacramento de la penitencia (o confesión).

Lev 5.5 En todos estos casos el que cometió el delito confesará primero su pecado.

Sir 4.26 No te avergüences de confesar tus pecados: no nades contra la corriente.

Aquí vemos, que ya en el Antiguo Testamento se habla de la confesión de los pecados. No es un invento de la Iglesia Católica como dicen, equivocadamente, nuestros hermanos separados. Podrían cuestionar que en todo caso eso sólo ocurría en el Antiguo Testamento, pero veamos que incluso antes de que Jesús inicie su vida pública, también confesaban sus pecados cuando Juan el Bautista llamaba a la conversión al pueblo de Israel.

Mt 3.6 Y además de confesar sus pecados, se hacían bautizar por Juan en el río Jordán.

Mc 1.5 Toda la provincia de Judea y el pueblo de Jerusalén acudían a Juan para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán.

Veamos a continuación el evangelio de Juan, cuando Jesús otorga a sus discípulos y a sus sucesores el poder de perdonar o retener los pecados. Lógicamente, para poder perdonar o retener pecados, quién tiene el poder de hacerlo debe conocer previamente cuál es el pecado del que los confiesa, sino ese poder carecería de sentido, pues la absolución de los pecados, dependería entonces del capricho de quien puede perdonarlos. El único sentido correcto, es que primero el sacerdote, debe conocer los pecados de quien se confiesa, para luego perdonarlos o retenérselos, de acuerdo a si hay o no arrepentimiento de por medio.

Jn 20.23 ‘A quienes perdonen sus pecados, serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos’.

Por último, cuando ya Jesús había ascendido al Cielo y se había iniciado la vida de la Iglesia, encontramos que se practicaba la confesión por ser una orden de Cristo. Incluso, Pablo, hace la aclaración de que en algunos casos es necesario investigar primero para conocer los pecados de alguien, la única manera de hacerlo, lógicamente, era a través de la confesión.

Hch 19.18 Muchos de los que habían aceptado la fe venían a confesar y exponer todo lo que antes habían hecho.

Stgo 5.16 Reconozcan sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para que sean sanados.

2 Cor 2.10 A quien ustedes perdonen, también yo le perdono … Lo perdoné en atención a ustedes en presencia de Cristo.

1 Tim 5.24 Hay personas cuyos pecados son notorios antes de cualquier investigación; los de otros, en cambio, sólo después.



AD MAYOREM DEI GLORIA

LA EUCARISTÍA: ¿PRESENCIA REAL O SIMBÓLICA DE CRISTO?



Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna

 



Este es el tema central de nuestra discusión, por eso es que la Eucaristía es llamada el Sacramento de nuestra fe. Nosotros los católicos aceptamos, siguiendo las palabras del mismo Jesús, que durante la Misa bajo las especies de pan y de vino, tras la consagración por el sacerdote, se hace presente, realmente, Jesucristo: en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Para los judíos hablar del cuerpo y sangre de alguien, significaba hablar de la totalidad de la persona. Por eso, Jesús, cuando instituye este sacramento, dice: ‘Esto es mi cuerpo … Esta es mi sangre’. En otras palabras nos esta diciendo que en el pan y el vino consagrados, se encuentra la plenitud de su persona. Como Jesús es Dios y Hombre verdadero, entonces, se halla presente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y Divinidad de Nuestro Señor.

Veamos que ya en el Antiguo Testamento, se consideraba que era necesario el derramamiento de sangre de la víctima ofrecida a Dios en reparación de los pecados:

Lv 5.9 Rociará con su sangre la pared del altar y derramará el resto de la sangre al pie del altar: es un sacrificio por el pecado.

Lv 17.11 Porque el alma de todo ser viviente está en su sangre, y yo les di la sangre para que la lleven al altar para el rescate de sus almas, pues esta sangre paga la deuda del alma.

Hb 9.22 Según la Ley, la purificación de todo se ha de hacer con sangre, y sin derramamiento de sangre no se quita el pecado.

Jesús es el nuevo cordero, el Cordero de la Nueva Alianza, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, como repite la Iglesia continuamente en todas las Misas que se celebran a lo largo del mundo: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a esta cena’:

Jn 1.36 Mientras Jesús pasaba, se fijó en él y dijo: ‘Ese es el Cordero de Dios’.

Cuando Jesús instaura la Eucaristía, no habla en sentido figurado o simbólico, como dicen equivocadamente nuestros hermanos protestantes. El lenguaje usado por Cristo durante la Ultima Cena no puede ser más evidente. Jesús dice: ‘Esto ES mi cuerpo… Esta ES mi sangre’ y no ‘Esto REPRESENTA …’. Nuestro Señor habla con claridad, sin dejar lugar a dudas:

Mt 26.26-28 Jesús tomó pan, … lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomen y coman; esto es mi cuerpo’. Después tomó una copa, … y se la pasó diciendo: ‘Beban todos de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados’.

Mc 14.22,24 Se lo dio diciendo: ‘Tomen, esto es mi cuerpo … Y les dijo: Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre’.

Lc 22.19-20 ‘Esto es mi cuerpo, que es entregado por Uds. … Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por ustedes’.

1 Cor 11.23-25 El Señor Jesús, … , tomó pan y, … , lo partió diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía’ … Tomando la copa, … dijo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía’.



Y para reafirmar lo citado con anterioridad, Jesús dice también que su cuerpo es VERDADERA COMIDA y su sangre, VERDADERA BEBIDA. Nos aclara que no habla con simbolismos, sino que efectivamente el Cuerpo y Sangre que nos dará será realmente para ser comido y bebido, como creemos en la Iglesia Católica. Para nosotros, la Eucaristía es la presencia real de Cristo y no un mero símbolo, como creen los que están fuera de nuestra Iglesia.

Jn 6.53 -54 Jesús les dijo: ‘En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’.

Jn 6.55-56 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Es cierto que esto resulta difícil de entender para algunos, como Jesús mismo ya nos lo dice. Al igual que en el desierto, los israelitas dudaban de que Dios podría darles a comer carne, así también cuando vino Cristo, los judíos cuestionaban el cómo les podría dar a comer de su carne:

Nm 11.4 Los mismos israelitas se pusieron a quejarse. Decían: ‘¿Quién nos dará carne para comer?’

Nm 11.18 Santifíquense para mañana, comerán carne … Pues Uds. dijeron: ¿Quién nos dará carne para comer? … Yavé les dará carne y la comerán.

Jn 6.52 Los judíos discutían entre sí: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer carne?’

Desde el principio, la Iglesia se reunía a celebrar la Eucaristía, entonces conocida como Fracción del Pan. Lo hacían el primer día de la semana; es decir, el domingo. Tal y como lo sigue haciendo la Iglesia Católica todos los domingos del año.

Hch 2.42 Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones.

Hch 20.7 El primer día de la semana estábamos reunidos para la fracción del pan.

Lo que se repite en la Misa, durante la celebración de la Eucaristía tiene su origen en la Palabra de Dios, como podemos ver a continuación. En la Misa se dice: ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús’. Esta aclamación se basa en el siguiente texto:

1 Cor 11.26 Fíjense bien: cada vez que comen este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que vuelva.

Previa a la Comunión, es necesario haber confesado ante el sacerdote todos los pecados mortales, de lo contrario el pecado que uno comete es de suma gravedad, como nos dicen los siguientes textos bíblicos:

1 Cor 11.27 El que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente, peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.

1 Cor 11.29 El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo.



Para terminar, veamos algunos textos más que refuerzan lo que la Eucaristía significa para nuestra Iglesia Católica:

1 Cor 10.16 La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?.

Jn 6.35,41 Jesús les dijo: ‘Yo soy el pan de vida’ … Los judíos murmuraban porque Jesús había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’

Jn 6.48 ,50 Yo soy el pan de vida. Aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran.

Jn 6.51 Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne.

Jn 6.58 Este es el pan que ha bajado del cielo … El que coma este pan vivirá para siempre.



AD MAYOREM DEI GLORIA




jueves, 29 de noviembre de 2012

¿EXISTE BASE BÍBLICA PARA AFIRMAR QUE MARÍA ES REINA DEL UNIVERSO?

Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna






Se escandalizan nuestros hermanos protestantes, cuando escuchan que nosotros los católicos nos referimos a María como “Reina del Universo”. Y para intentar fundamentar su oposición a ello, citan referencias bíblicas, en relación al culto prohibido por Dios hacia la “reina del cielo”:

"Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira" (Jeremías 7:18).

Según ellos, esto argumentaría a su favor de que Dios está en contra de que nosotros consideremos a María como “Reina del Universo”. Pero si se tomaran un poco más de tiempo y analizaran la palabra de Dios con cuidado y sin prejuicios anticatólicos, notarán que la condena hacia ese culto es porque se dirigía a diosas paganas: Astarté, Istar, Afrodita, entre otras denominaciones. Por otro lado, estas “diosas” eran adoradas – como sabemos y enseñamos en la Iglesia Católica la adoración sólo se debe a Dios – y por tanto era obvio que el Señor lo prohibiera. De otra parte, el culto que nosotros rendimos a María, Madre del Señor y Reina del Universo, es de veneración, que tan sólo es un respeto y amor especial, pero nunca de adoración, como equivocadamente sostienen algunos hermanos protestantes mal informados. Vale recalcar que la veneración es diferente a la adoración, como ya demostré en un artículo previo (1).

Veamos ahora que si los católicos consideramos a María como “Reina del Universo” no es para quitarle honor, gloria y honra a nuestro Señor Jesús” Rey del Universo”, sino que justo el hecho de que Jesús sea Rey, es lo que precisamente le confiere a María el título de Reina, puesto que es su Madre. Sabemos que toda Reina está sometida al Rey y el hecho de ser Reina no le quita ningún poder ni dominio al Rey. El título de María es un título que la honra por ser la Madre del Rey, el Señor Jesús.

Pensarán mis amigos protestantes que esta afirmación es un invento o capricho, que tan sólo es un argumento sin valor, sin sustento bíblico. Justo por ellos y por mis hermanos católicos es que a continuación paso a citar referencias bíblicas para fundamentar el título de Reina que tiene la Madre de Jesús.

Cuando el ángel Gabriel anuncia a María que ella concebirá a Jesús, a su vez le hace conocer que El recibirá el trono de David, su padre, y que reinará sobre Jacob por los siglos sin fin.

“El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:30-33).

Si Dios Padre ha dado a Jesús el Trono de David – a quien incluso el ángel llama su padre –, es obvio que ese reinado conservará sus disposiciones habituales, mantendrá su estructura, por eso el ángel le llama el “Trono de David”, pues no le dice simplemente que le hará Rey, sino que aclara que ese reinado será en el “Trono de David”. Recordemos además, que el Señor mismo le había prometido a David que su reino permanecería para siempre, que su trono se mantendría firme eternamente.

“Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente” (2 Samuel 7:16).

Ahora bien, si estamos de acuerdo en que el reino de David será eterno – por la promesa de Dios mismo – y que Jesús es ahora el Rey de ese reino de David pues fue quien recibió dicho Trono, veamos que en el reino de David, la madre del rey, venía a ser la reina, es por eso que cuando la Biblia habla del inicio del reinado de cada uno de los reyes de Judá – de la dinastía de David –, se menciona automáticamente el nombre de su madre, puesto que ellas eran las reinas y no las esposas. En otras palabras, el reino de David tenía por reina a la madre del rey:

“Y Roboam, hijo de Salomón, reinó en Judá. Roboam tenía cuarenta y un años cuando comenzó a reinar… El nombre de su madre era Naama, amonita” (1 Reyes 14:21).


“En el año dieciocho del rey Jeroboam, hijo de Nabat, Abiam comenzó a reinar sobre Judá. Reinó tres años en Jerusalén; y el nombre de su madre era Maaca, hija de Abisalom” (1 Reyes 15:1-2).


“Ocozías tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. Y el nombre de su madre era Atalía, nieta de Omri, rey de Israel” (2 Reyes 8:26; 2 Crónicas 22:2).


“En el séptimo año de Jehú, Joás comenzó a reinar, y reinó cuarenta años en Jerusalén; y el nombre de su madre era Sibia de Beerseba (2 Reyes 12:1; 2 Crónicas 24:1).


“En el año veintisiete de Jeroboam, rey de Israel, comenzó a reinar Azarías, hijo de Amasías, rey de Judá… El nombre de su madre era Jecolía, de Jerusalén” (2 Reyes 15:1-2).


“En el segundo año de Peka, hijo de Remalías, rey de Israel, comenzó a reinar Jotam, hijo de Uzías, rey de Judá… y el nombre de su madre era Jerusa, hija de Sadoc” (2 Reyes 15:32-33; 2 Crónicas 27:1).


“En el año dieciocho del rey Jeroboam, Abías comenzó a reinar sobre Judá… y el nombre de su madre era Micaías, hija de Uriel, de Guibeá (2 Crónicas 13:1-2).


“Y reinó Josafat sobre Judá. Tenía treinta y cinco años cuando comenzó a reinar,…. Y el nombre de su madre era Azuba, hija de Silhi” (2 Crónicas 20:31).


“Amasías tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó veintinueve años en Jerusalén. El nombre de su madre era Joadán, de Jerusalén” (2 Crónicas 25:1).


“Uzías tenía dieciséis años cuando comenzó a reinar, y reinó cincuenta y dos años en Jerusalén. El nombre de su madre era Jecolías, de Jerusalén” (2 Crónicas 26:3).


“Ezequías comenzó a reinar cuando tenía veinticinco años, y reinó veintinueve años en Jerusalén. El nombre de su madre era Abías, hija de Zacarías” (2 Crónicas 29:1).

Tal vez me dirán mis hermanos protestantes que en las citas referidas no se habla específicamente de que las madres de los reyes sean las reinas, sin embargo, vale recordar que cuando Betsabé, madre de Salomón – por cierto, quien era rey en el trono de David –, entró a conversar con él, inmediatamente Salomón se postró ante su madre en señal de veneración y además, luego de sentarse en su trono, hizo colocar otro trono a su derecha, para que en este trono se sentara su madre. No se preguntan: ¿quién se sienta en un trono? La respuesta es obvia: sólo un rey o una reina, por eso es un trono, de lo contrario simplemente sería un asiento, nada más. Y si el rey hace sentar a su madre en un trono, es porque su madre es una reina:

“Entró Betsabé donde el rey Salomón para hablarle acerca de Adonías. Se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra. Entonces ella dijo: Te hago una pequeña petición; no me la niegues. Y el rey le dijo: Pide, madre mía, porque no te la negaré (1 Reyes 2:19-20).


Pese a lo expuesto, es posible que todavía alguno no quiera aceptar que en el reino de David, la madre del rey es la reina, pues algunos quieren la cita textual, cuando no se dan cuenta de la incongruencia de pedir una cita bíblica para todo lo que creen. Pues, verán queridos hermanos que, sí existe esa cita. En el libro 1º de Reyes y 2º de Crónicas, podemos encontrar que el rey Asa quitó a su madre Maaca el título de reina, porque esta practicó la idolatría. Claramente notamos que no dice que no le dio el título de reina, sino que la depuso de ese cargo, es decir, del título que por ser madre del rey le correspondía.

“Y él también depuso a Maaca, su madre, de ser reina madre, porque ella había hecho una horrible imagen de Asera, y Asa derribó la horrible imagen, la hizo pedazos y la quemó junto al torrente Cedrón” (2 Crónicas 15:16; 1 Reyes 15:13).

 
Como podemos notar, está claramente demostrado que en el reino de David – el cual tiene al Señor Jesús como Rey – la madre del rey tenía a su vez el título de reina. Siendo así y no habiendo nada que diga lo contrario en relación a cambiar esa prerrogativa que la madre del rey tiene, es natural que nosotros los católicos consideremos a María, madre del Señor, como Reina del Universo, puesto que Jesús es el Rey del Universo.

De ahora en adelante, hermano protestante, yo te pediría que antes de que tú me solicites una cita bíblica en la cual diga que María es Reina, más bien tú me des la cita bíblica en la cual afirme que Jesús le quitó a su Madre, el título de Reina. ¿Dónde dice la Escritura que Jesús le arrebató esa prerrogativa a María? Si Jesús reina en el trono de David, pues por consecuencia su madre es Reina.

Por último, yo te pediría que reflexiones, amigo protestante. La Sagrada Escritura nos enseña que los que pertenecen a Cristo reinarán con El. Tú crees en ello, claro que sí, estoy seguro. En otras palabras: no te escandalizas pensando y creyendo que serás rey junto al Señor, pues su palabra lo dice y, sin embargo, te escandalizas porque nosotros los católicos creemos que María, la madre del Señor, es Reina. ¿No te parece incongruente?

"En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo!" (Romanos 5:17).

"Si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará" (2 Timoteo 2:12).

¿Acaso no se mantuvo firme María junto a Jesús, aceptando ser su madre (Lucas 1:38), en su huida a Egipto (Mateo 2:13-14), buscándole cuando se perdió en Jerusalén (Lucas 3:43-48), acompañándolo durante su vida pública (Marcos 3:32), al pie de la cruz (Juan 19:25), junto a la primera Iglesia (Hechos 1:14)? ¿Acaso María no recibió en abundancia la gracia de Dios, tanto así que el ángel la llamó “llena de gracia” (Lucas 1:28)? Y si para quienes perseveran firmes con el Señor, Él les promete ser reyes para reinar a su lado, ¿por qué te escandalizas tanto, hermano protestante, si a María - que es quien mejor cumple con todas estas características – los católicos la reconocemos como Reina?


¡Bendita sea la Madre de Jesús, María, Reina del Universo!



(1) Rodríguez Reyna, Jorge. ¿Los evangélicos “adoran” a sus pastores? 2010. En: http://www.apologeticacatolica.org/Imagenes/Imagen16.html

¿Y si tú hubieras sido Juan?

Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna



 
En mis anteriores artículos me he dirigido particularmente a mis hermanos católicos y de manera secundaria a los amigos y hermanos protestantes que quisieran leerlos. En esta oportunidad, sin embargo, me propongo dirigir mi atención primera a los hermanos protestantes y obviamente – como siempre – a mis hermanos católicos. Quiero referirme nuevamente a María, la madre del Señor. Sé que existen infinidad de artículos que hablan de ella, pero espero en esta oportunidad ofrecer otra perspectiva.

El título del artículo es un cuestionamiento a los hermanos protestantes: ¿Y si tú hubieras sido Juan? Es una pregunta que a continuación paso a explicar: ¿Si hubieras sido Juan, el discípulo amado, cómo habrías tratado a María, la madre del Señor? ¿Si tú hubieras sido Juan, la habrías recibido en tu casa, como él lo hizo? ¿Si hubieras sido Juan y por tanto, teniendo a María en tu casa (porque se supone que como discípulo amado y obediente, habrías obedecido al Señor), cómo la habrías llamado? ¿Le habrías dicho Madre a María - pues el Señor le dijo a Juan: “He ahí a tu madre” (Jn 19.27)? ¿O es que a pesar del encargo del Señor de que la recibas como madre, no la habrías llamado así? Si tú hubieras sido Juan, yo creo que como buen discípulo – es más, el discípulo amado – la habrías recibido en casa y la habrías llamado: Madre.

¿Y si la vida terrena de nuestro Señor Jesús, no hubiera ocurrido hace dos milenios, sino ahora y tú fueses Juan – a quién Jesús te encarga su madre – llamarías Madre a María? Me podrás decir tal vez que Jesús sólo se la encargó, pero no le ordenó cómo llamarla. Yo te digo: cuando Jesús cambió el nombre de Simón por el de Pedro (Mt 16.18), ¿cómo es que empezaron a llamarle todos a Simón, el pescador? Simple: lo llamaron Pedro. Entonces, si Jesús te encarga a su madre y te dice: “He ahí a tu madre” (Jn 19.27), ¿cómo tendrías que llamarla? Simple: yo la llamaría Madre, Mamá, Mamita, Madrecita. Y lo más importante: no sólo la llamaría así, sino que realmente ella sería mi Madre, pues además de habérmela entregado el Señor, también me habría entregado a ella como hijo suyo, pues recuerda que le dijo: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19.26).

Además de todo esto, hay un hecho que cabe resaltar. Cuando Jesús estaba en el Gólgota, mientras entregaba a Juan como hijo de María y a María como madre de Juan, éste tenía viva a su madre biológica, pues la misma estaba junto a las otras mujeres al pie de la cruz (Mt 27.56). En otras palabras, a pesar de que Jesús sabía perfectamente que Juan ya tenía madre, aun así le entrega a su propia Madre y no sólo para que la cuide, sino para que sea Madre del discípulo. ¿Y acaso Juan cuestionó y se negó a recibir a María como Madre, por el hecho de contar con una madre biológica? Simplemente obedeció y la recibió en su casa, como su Madre. Es obvio que la recibió como su Madre espiritual.

Te pregunto, amigo protestante: ¿Eres tú un discípulo amado del Señor? Pues, cuando converso con Uds. eso es lo que me dan a entender. Me hablan del amor infinito de Dios que perciben, que sienten, que captan todo ese amor que Él les da. En otras palabras, se sienten discípulos amados. Lo cual es bueno, por supuesto. Me alegro que así lo vivan. Pero, si son discípulos amados, ¿por qué no aceptan, al igual que Juan – el discípulo amado – a María como su Madre? Les recuerdo que Uds. se identifican con los apóstoles cuando Jesús les dio el mandato de ir a evangelizar a todo el mundo (Mc 16.15), cuando les dijo que donde se encontraran reunidos dos o tres en su Nombre, El estaría presente (Mt 18.20), en fin, cuando les dio su palabra, sus mandatos. Entonces, ¿por qué no se identifican con Juan, cuando el Señor le entregó a María como su Madre? ¿O es que no quieren recibirla con Uds. y aceptarla? Me dirán de repente, que eso sólo se lo dijo a Juan y no a los demás cristianos. También les podría responder lo mismo con relación al mandato de ir a evangelizar a todo el mundo. ¿Por qué aceptar algunos mandatos y otros no? ¿Es que no son Uds. discípulos amados del Maestro?

Seguro podrían decirme – como alguna vez he leído y escuchado – que eso fue en la época en que María estuvo viva en esta tierra, pero que ahora ya no, pues está “muerta”. Es bueno recordar lo que dijo Jesús: “Dios es un Dios de vivos y no de muertos” (Lc 20.38). Además, les cito a Pablo, quien dice que Abraham es padre de todos los creyentes, que es padre de todos nosotros, que los que tienen fe son sus hijos (Rom 4.7,11,16). Es más, dice claramente “Nuestro padre Abraham” (Rom 4.12). Si aplicamos el criterio de que los muertos, muertos están y no son nada nuestro, ¿por qué Pablo llama a Abraham: nuestro padre? ¿Por qué dice que los creyentes somos hijos de Abraham? No es invento católico, es Palabra de Dios, lo dice la misma Biblia (las citas son de la versión Reina-Valera 1995). A pesar de haber muerto, Abraham es nuestro padre, pues vive en el Señor. Lo dice Dios en su Palabra.

Siendo así, ¿cuál es el escándalo de Uds. cuando escuchan que los católicos decimos que María, la madre del Señor, es nuestra Madre? Nosotros nos consideramos también “discípulos amados” y como Juan, recibimos a María en nuestras vidas, pero la recibimos como nuestra Madre, como el Señor se lo ordenó a Juan.

Un discípulo amado del Señor lo es, si es que cumple sus mandatos, si guarda su palabra, toda su palabra, no sólo la que nos gusta. Y un mandato suyo fue recibir a María, su Madre, como Madre nuestra.


Ad Mayorem Dei Gloria



miércoles, 28 de noviembre de 2012

Los sacerdotes de mi vida


 
Dr. Jorge Arturo Rodríguez Reyna


Es triste y vergonzoso para la Iglesia – para todos los que formamos parte de ella – de que existan algunos malos sacerdotes y religiosos. Hombres consagrados a las cosas del Dios, que han deshonrado su vocación, que han desgarrado el Corazón de Cristo, cometiendo delitos aberrantes, crímenes terribles. Pero de otra parte, es un consuelo saber al mismo tiempo de que sólo son un número reducido, una pequeña minoría, que no representa a la inmensa mayoría de presbíteros y religiosos, quienes sí han entregado su vida y servicio a Dios a través de la Iglesia.


Es noticia común hoy en día, que muchos anticatólicos – entre ateos, protestantes y algunos “seudocatólicos” – se amparen en la presencia de estos malos siervos de Dios, para intentar generalizar dichas conductas pecaminosas a la totalidad de los miembros de la Iglesia. Tratan de descalificar a la Iglesia por el delito de unos pocos.

No es mi afán defender los crímenes cometidos por los malos sacerdotes. Por supuesto que no. A ellos ya los juzgarán las leyes de los hombres – como tiene que ser – y más terrible aún, tendrán que responder un día ante el Supremo Tribunal de Dios.

La intención de este artículo es destacar que así como hay algunos malos sacerdotes – la minoría – también existe un gran número de hombres que dedican sus vidas a servir verdadera y plenamente a Dios, hombres que son santos ante El y ante los hombres.

Podría referirme a muchos sacerdotes, pues varios he conocido desde mi infancia hasta la adultez, pero quiero centrarme concretamente en dos de ellos, grandes amigos que ya han partido al encuentro del Señor. De esta forma no podrían evitar que los mencione, pues su gran humildad les habría movido a pedirme no hacerlo si aún estuvieran entre nosotros físicamente.

Ellos son Monseñor Manuel Prado Pérez-Rosas S.J. y Monseñor Tarsicio Solano Galarreta, Arzobispo y Vicario General de la Arquidiócesis de Trujillo (Perú), respectivamente. Grandes hombres, grandes padres espirituales, grandes maestros, grandes amigos, grandes confesores, grandes personas; finalmente, grandes y –al mismo tiempo–, humildes siervos del Señor.

No quiero hacer una biografía extensa de cada uno, pues seguramente en su momento lo haré si el Señor así lo quiere. Quiero más bien fijarme en algunas de las virtudes que pude conocer en sus vidas y resaltar su influencia decisiva sobre la vida de este humilde hijo de Dios.

Conocí a Monseñor Tarsicio Solano, cuando en compañía suya y el de otros adolescentes como yo, fundamos el Movimiento Eucarístico Juvenil de la ciudad de Trujillo. Corría entonces el año 1991. Todos éramos jóvenes recién egresados de las aulas del colegio, en el periodo comprendido entre aquél y la universidad.

Monseñor Tarsicio Solano fue el Asesor Espiritual del Movimiento Eucarístico Juvenil (MEJ) durante 11 años continuos (hasta que partió a la Casa del Padre), en los cuales participé activamente. Sábado a sábado nos reuníamos bajo su dirección un grupo de jóvenes ansiosos de conocer a Dios, muchachos llamados por el Señor, pescados por sus redes y convertidos luego en nuevos pescadores. Semana tras semana compartíamos las reuniones de lectura bíblica, cantos, dinámicas y algunas veces jornadas y retiros espirituales, a través de las cuales fuimos alimentando cada vez más nuestro espíritu, conociendo y amando más y más a Jesús. Y en cada una de esas reuniones estaba presente nuestro querido Monseñor Tarsicio (“Chicho” como cariñosamente le decíamos entre nosotros), dándonos sus consejos, sus orientaciones, sus correcciones, su don de gentes, su amistad, su santa compañía. Seguro es que también algunas veces pudimos descubrir algún malestar en su apacible carácter – motivado a veces por nuestro desdén y falta de perseverancia – pero tan sólo ocasionalmente. Lo considerábamos como un padre espiritual, pero al mismo tiempo como un gran amigo. Y lo maravilloso de todo es que aquel servicio de nuestro querido Monseñor era totalmente gratuito, siendo su única recompensa el gozo que le producía contemplar el que un grupo de jóvenes inexpertos en los caminos de la vida se formaba en el camino del Señor. Nunca esperó ningún tipo de retribución económica o de otra índole y por doble motivo: éramos jóvenes estudiantes de escasos recursos y sobre todo, porque su servicio era por amor a Dios, a quien él servía fielmente. Doy fe por mis tres hermanos menores y por mí, de que siempre recibimos bendiciones de parte suya, nunca un maltrato, una burla, una coacción, alguna incitación a obrar incorrectamente, una conducta impropia. Jamás.

Cabe mencionar que además de las asambleas semanales, teníamos la suerte y bendición de poder reunirnos en privado con él en muchas ocasiones, en la oficina que tenía en el Arzobispado de Trujillo, tanto para tratar temas sobre la marcha del MEJ, como para consultas privadas espirituales y confesiones que le solicitábamos. Puedo decir con toda certeza que todo lo bueno que su amistad y consejo nos brindó, nos preparó para el camino de la vida, en las tantas rutas por las que los años nos han llevado. Siempre sus hijos espirituales lo recordamos con gratitud y decimos – como le reconocíamos en su vida terrena – que él era el “papá del MEJ”.

A Monseñor Manuel Prado tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en el año 1995. Anteriormente lo había conocido sólo de vista, durante las celebraciones eucarísticas que él presidía en la Catedral de Trujillo o en encuentros arquidiocesanos de laicos. El año 1995 fui designado para representar al Apostolado de la Oración (del cual el MEJ era la sección juvenil) ante la Comisión Arquidiocesana de Laicos (CAL). De esta manera pude compartir con los representantes de los otros movimientos eclesiales y con el Arzobispo Monseñor Manuel, reuniones semanales (los días martes) durante 5 años continuos. En todo ese período también fui bendecido con la oportunidad de reunirme una vez al mes durante todo ese lustro, de manera personal con Monseñor Manuel. En dichos encuentros me confesaba – cuando yo se lo solicitaba – y recibía sus consejos y orientaciones sobre las dudas e inquietudes propias de mi juventud. Allí aprendí con él, el poder de la oración y la vida comunitaria de la Iglesia, un mayor respeto a mi familia y amigos, la maravilla de conocer, amar y dar a conocer al Señor. Alguna vez le compartí mis anhelos por la vida consagrada, de lo que él me hizo desistir, haciéndome ver que mi verdadera vocación estaba en el mundo, con mi servicio profesional, con mi testimonio de vida (y menciono esto porque algunos creen que los sacerdotes obligan o inducen a “meterse de curas” a los jóvenes a quienes brindan consejería espiritual). Me alegró la sinceridad de su consejo, pues su preocupación era que yo sirviera al Señor como a Él le resultara grato y no como a mí se me podría ocurrir.

Monseñor Manuel Prado fue mi asesor espiritual desde aquel lejano 1995 hasta hace un año (2011) cuando entregó su espíritu al Padre del Cielo. Hasta el año 2000 de manera personal, como ya he referido, y desde entonces hasta su partida, por medio de la vía telefónica y a través de mensajes electrónicos. Cabe mencionar que en el año 2000, fue aceptada su renuncia como Arzobispo de Trujillo, debido a su edad, siendo destinado a labores pastorales en Huachipa (Lima), en la casa de retiro de los jesuitas. Por mi parte, desde aquel año tengo un problema de salud que limita mis actividades motoras. Durante todo este tiempo, su amistad y consejo han sido un soporte vital que el Señor me ha concedido para afrontar las dificultades propias de mi condición. Siempre en estos años y antes de ellos, su consejo ha sido fundamental para las grandes decisiones que he tenido que tomar en la vida. La experiencia me enseñó que siempre – inspirado por Dios – su orientación fue la correcta. La experiencia también me ha mostrado lo contrario, cuando no quise entender lo que él me decía.

Otra de las virtudes que puedo mencionar de él – entre muchas más – fue que programaba su viaje pastoral a los pueblos del ande liberteño durante el mes de mayo de cada año, para evitar de esta forma los homenajes en Trujillo, la capital de la región, pues en ese mes se celebraba su onomástico. Prefería pasar aquel día evangelizando y viajando entre caminos difíciles, como un gran misionero, antes que ser homenajeado y obsequiado en ceremonias públicas en Trujillo.

Ahora que escribo este artículo, casi un año después de la partida de mi gran amigo, no puedo dejar de recordarle con alegría y agradecimiento, sabiendo además, que él también fue asesor espiritual de mis tres hermanos. Con ellos y con muchas otras personas más, podemos dar fe de su conducta ejemplar y santa: http://inmemoriam.jesuitas.pe/2012/02/mons-manuel-prado-perez-rosas-sj/

Nunca en las reuniones comunitarias y personales que tuvimos escuché de él alguna palabra inadecuada, nunca vi una conducta inmoral, jamás oí de sus labios insinuaciones perversas o frases que no tuviesen que ver con un sano consejo, con el animarme o felicitarme por algún logro o también reprenderme por alguna idea o conducta mía que no iba de acuerdo a las enseñanzas del Maestro.

Tantos siervos hay en la casa del Señor, la mayoría buenos – de lo que puedo dar fe, junto con mis hermanos, mis amigos del MEJ y muchísimas otras personas – aunque también existe una minoría de malos sacerdotes, lo cual es motivo de tristeza para quienes amamos la Iglesia. Pero el hecho de que exista una pequeño grupo de malos pastores que han deshonrado la Casa de Dios, cometiendo abominaciones, corrupción, mentiras, en otras palabras “pecados que claman al cielo” (Gn 18:20, 19:13; Ex 3:7-10, 22:20-22; Dt 24:14-15; Jue 5:4), no es un argumento válido para generalizar dichos escándalos a todos los sacerdotes. A Dios gracias existen también buenos y santos sacerdotes, como he tenido la bendición de conocer. Hay buenos pastores en la Casa de Dios, hombres que entregan su existencia cada día al servicio de la Iglesia, hombres que gastan y arriesgan su vida en las misiones. Hay hombres de Dios que son un motor de santidad que mueve la Iglesia. Y de ello, soy testigo.

Por eso es que me indigna cuando leo o escucho que algunas personas desinformadas u otras quienes tienen un odio visceral a todo lo que tenga que ver con la Iglesia Católica, se valen del pecado de unos cuantos, para afirmar que todos los sacerdotes son corruptos, violadores, pedófilos, entre otros. El odio hace que se obnubile la razón y eso es lo que ocurre con algunos. No es que neguemos la presencia de malos elementos en casa – lamentablemente los hay – pero de ahí, a generalizarlo para todos, existe un abismo enorme.

Existen malos médicos, malos profesores, malos abogados, malos profesionales en todas las ramas del saber. Malas personas en cualquier área de la sociedad. Ladrones, corruptos, violadores, pedófilos, asesinos; pero son la minoría, no la totalidad de ellos. No podemos decir que porque un cirujano es negligente en sus operaciones, entonces todos los cirujanos se comportan de igual manera. No podemos sostener que si algún maestro pide dinero a sus alumnos para aprobarlos, entonces todos los docentes son iguales. No es posible afirmar que todos los abogados son corruptos, porque algunos de ellos falsifican documentos o información. Hacerlo significaría ser una persona que no sabe utilizar el raciocinio, sino tan sólo el odio. Y cuando el odio no se domina, enceguece la razón.

Lo más triste de todo, es que muchos de estos acusadores son personas que se llaman a sí mismos “cristianos”, seguidores del Maestro y sus palabras. Peor aún, se cuentan entre quienes acusan a algunos “seudocatólicos”. A ellos les recuerdo el mandamiento del Señor: “No darás testimonio falso contra tu prójimo” (Ex 20.16). Hay que tener cuidado y ser objetivos, sin caer en subjetivismos, pues podríamos estar incurriendo en calumnia, lo cual es un grave pecado.

Si existen malos sacerdotes en la Iglesia, tengamos la certeza de que ellos serán juzgados por el Señor y al El habrán de responder por sus perversiones, por sus escándalos, por su mal ejemplo y por la culpabilidad de ser muchas veces piedras de tropiezo para los más pequeños y frágiles, tanto en lo físico como en lo espiritual. Para ellos resuenan en particular las palabras de Jesús: “Al que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le amarraran al cuello una gran piedra de moler y que lo hundieran en lo más profundo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Tiene que haber escándalos, pero, ¡ay del que causa el escándalo!” (Mt 18.6-7). Y si alguna de sus faltas merece castigo por las leyes humanas, pues que así sea, aunque resulte doloroso para la Iglesia.

Nunca olvidemos que por cada sacerdote o religioso que se haya desviado del Camino del Señor, existen cientos que caminan en la senda correcta. Por cada punto de oscuridad, existen muchas luces que alumbran el camino de los creyentes. Por cada olor nauseabundo que se desprende en casa, existe sobreabundancia de perfume de santidad. Invito a mis hermanos católicos a orar siempre por sus sacerdotes y religiosos, pidiéndole al Señor que nos envíe santos siervos a su Iglesia: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9.38).



 Ad mayorem Dei Gloria